Me pregunto dónde crecerán las margaritas, que entre adoquines piensan en volver, con cada nacimiento, consciente del aire viciado, esperanzadas de transformarlo en cristales suaves. También me pregunto dónde se posarán las aves, que al amanecer regaron las densas ciudades de esperanzas y cantos, día tras día.
Serán un viejo recuerdo las ciudades cuando llegue el ocaso. Quizás algunos todavía las recuerden con alegría, mientras otros tan sólo recordarán sus imperfecciones.
El agua lavará nuestra ropa sucia. Y el viento dulce secará la piel blanca de los que renacerán en plena madrugada viendo al sol rojo nacer en los párpados claros del niño y del pez.
Y nuevamente, érase una vez.