domingo, 30 de septiembre de 2012

Torre al sol

Cada mañana al amanecer creaba una torre nueva. Una torre de nueve lunas. Una basta columna de fuego. Un río entre la Tierra y el cielo.

Sus manos se amalgamaban al sol de cristal grabado en su pecho, y besaba sus dedos uno por uno en silencio mientras repetía el ritmo sagrado.

Cada torre era un río luminoso que se vertía cuidadosamente en el vientre de la Tierra. Un halo de luz que surgiría durante cada primavera como un enigma en la belleza de las formas.

Una cascada se precipitaba desde la corona añil de la antigua reina e innumerables colores quitaban el velo a los viajeros sin destino. Éstos se bañaban en cristales vibrantes, sin saber que lo hacían. Comenzaban a ver detrás de las formas. A descubrir con sus manos lo impalpable. Esa fina harina que nutre a cada ser. Esa levadura milenaria que hace crecer a los árboles, las aves, los retoños, que da vida a los ríos, las montañas y los cielos.

Mil vientos dorados se acercaban desde las cuatro direcciones y se enredaban en espirales para adorar la creación. La reina madre se regocijaba en sus bendiciones.

Los dioses cuando descansan se sueñan a sí mismos. Sienten en su piel desde el movimiento de los océanos hasta las diminutas gotas de rocío que besan los labios de las orquídeas.





sábado, 8 de septiembre de 2012

narcisus.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

niño semilla


Una mañana despertó al día. No había ni una sola señal a su alrededor. Nada le recordaba a nada. Se sentía como soñado por un Dios pero no había un Dios, solo vestigios.
Sentía un gran amor en el pecho,  y aun asi no veía a nadie con quien compartirlo.
Sentía varias semillas diseminadas por su fino cuerpo de cristal a punto de despertar. Moviéndose inquietamente jugando en la geometría sagrada de su cuerpo.
Por las noches miraba por la ventana de sus propios ojos el reflejo del espejo de agua, donde veía en ocasiones brillar una blanca luz que se repetía en el cielo cuando las aguas estaban calmas.

Un exterior inhóspito lo observaba e intentaba sacarlo de su eje en cada oportunidad.

El niño semilla al viento danzaba con sus delgados pies sumergidos en la tierra húmeda de miles de años.
Sus pequeños brazos de titere le recordaban la fragilidad al sentirse movilizado por las brisas y los colores. Cada gusto, cada sutil sensación lo deslizaba hasta las profundidades de si mismo. Aquel lugar donde ni una palabra rezonaba en el silencio.

- Cerrar los ojos y observarse adentro es mas fáil cuando afuera no hay un maremoto de códigos por descifrar... - Se dijo a sí mismo, mientras miraba con curiosidad un mar de seres desplazandose en el espacio sobre unos extraños monstruos.

Volvió a mirar hacia adentro y los durmió con una dulce canción de cuna que por alguna razón recordó de quién sabe cuando.

Al despertar pensó: - ¿Acaso ellos viven dentro mio?

Cuando cantó hizo que se durmieran en su propio silencio.. en su propio sueño.

Lo único que necesitaban aquellos seres era descanzar bajo la luna que duerme sobre el espejo de agua.
Así como duerme el sol al caer sobre la delgada línea que divide la tierra del cielo.
El sol muere cada noche y en su muerte renace en silencio bajo el manto de un cielo que le calma las heridas de su roja piel.
Ese regreso inesperado del sol de las mañanas fue marcandose a fuego como una señal para el corazón-reloj del niño semilla. Un primer recuerdo de su realidad. Cada día moriría en su pecho un dios para renacer en su  vientre en la mañana siguiente.