miércoles, 5 de diciembre de 2012

Desperté a la madrugada



Vi el amanecer naciendo en las rendijas de mi vientre corazón. Asomando los sutiles dedos rojos, por las cisuras de mi caliz antiguo.
Calma la piel del jacarandá embelesado por el mandala purpúreo.
Evoqué la protección, la salud, la magia del druida.
Comí uvas blancas bajo la nieve de cristal del sol azul.
Con piedad besé los pies raíces del árbol mujer.
Supe entender que aun no era tarde. Que jamás beberíamos de la gota de esperanza, si nos quedábamos sumergidos en la materia.
Un amanecer azul que instigaba a sostener la mirada perpetua, ya no como una condena, sino como bendición.
Cautela e intriga, esperanza profunda, en espiral a las puertas del sol interior.
Caminar, danzar, despertar los elementos dormidos. Observar el detalle, la salpicada tundra de alamos infinitos que se nutre de la humedad del verano en los musgos de las mañanas de las piedras.

"Todo está vivo", replicaba mi corazón.

El velo caía lentamente desde la noche que parecía eterna. El verdadero rostro de las cosas, esperando ser revelado una vez más, rompía la matriz entre sollozos y espasmos de alegría.

“Todo está vivo…”, replicaba mi corazón, a los argumentos del ruido de las ciudades.