martes, 15 de mayo de 2012

Ciudades nuevas

Es el viento dulce el que hace girar a la flor marchita en espiral, hasta caer. Ésa que hábilmente desparrama sus semillas múltiples en la inmensidad del lecho fértil. Disimuladas crecen las pequeñas, estallan de vigor, les llama la tierra, la vida y el sol.
Me pregunto dónde crecerán las margaritas, que entre adoquines piensan en volver, con cada nacimiento, consciente del aire viciado, esperanzadas de transformarlo en cristales suaves. También me pregunto dónde se posarán las aves, que al amanecer regaron las densas ciudades de esperanzas y cantos, día tras día.
Serán un viejo recuerdo las ciudades cuando llegue el ocaso. Quizás algunos todavía las recuerden con alegría, mientras otros tan sólo recordarán sus imperfecciones.
El agua lavará nuestra ropa sucia. Y el viento dulce secará la piel blanca de los que renacerán en plena madrugada viendo al sol rojo nacer en los párpados claros del niño y del pez.

Y nuevamente, érase una vez.

martes, 8 de mayo de 2012

Alceavepez

De la bifurcación de sus astas surgían infinitas descendencias. Desencarnaban en más y más dualidad. Un asta en dos, dos en cuatro, geométricamente, en proporción áurea.
Ramas enteras como árboles caían desde la altura de su cráneo frontal. Cascadas de luz fósil. Antigua y nueva. Caían y se erguían en un vals estático, que recordaba el movimiento petrificado de los días férreos. La fosforescencia de sus ojos emergía cual vertiente de la montaña. Lágrima pronta escurridiza entre los párpados secos, humedecidos hoy por la floración primaveral. Intacta. Una mirada de profundidad insondable, perenne.
Atosigadas pestañas recorrían el diamante del ojo contorneándolo como un nido. Un abrazo reminiscente al brillo, que recuerda el olvido pronto de las batallas sucesivas. Que abona los suelos de tortugas gigantes dormidas, inmersas en la tempestad de un invierno desesperante.
Cabellera enredada cual manto de protección, cubría su piel de espesor e intensa resistencia. Del color del fuego, el brasero, la madera seca, el polvo, las manos ancianas surcadas por ríos de miel roja, caían sobre su pecho, escudo del tiempo, los cabellos rizados de un color memorable. Vestían a la bestia de mágico ropaje, criatura de los cielos, los vientos y los mares. Sus piernas, dos columnas desnudas. Pezuñas de un color oscuro clavadas como dagas en el desierto, daban sostén al mundo en lo alto. Su vientre era del mar más profundo. Se difuminaba la cabellera en varias gamas hasta llegar al color celeste acuoso que pintaba a las pequeñas escamas encorazadas de un tornasolado indescriptible. La delicadeza de un ángel, de una mujer. Sobre si misma giraba su flexible cola de pez, danzando en el silencio de un mar suspendido en el aire. La única aleta final circunscribía la esfera del cuerpo etéreo. Créanme. Yo vi a aquel ser en las entrañas de mis sueños. Una sirena con cuerpo de alce y mente de ave. Un alce como un pez. Un nuevo dios de la tierra, el mar y el cielo.

Imagen: Boceto de un sueño.

Anexo: "el caprialce, dicese de el que con su parte delantera avanza hacia el tiempo, hacia la conquista de los montes, y que con su parte de pez trae consigo el recuerdo de sus origenes, origen acuoso comun a todos los seres de la tierra. sabio el caprialce que avanza y a su vez recuerda"  Corina Sanucci 


miércoles, 2 de mayo de 2012

Aûm


Del vientre que se volvió intensa marea, naufragio de los navíos, nació el archipiélago que hoy lleva su nombre.

Del medio del pecho, subiendo a la cumbre del esternón, el canto de un lobo ancestral que despertó rugiendo del silencio, deslizandose por las laderas de un abdomen profundo y sombrío se forjó en la piel de la flor salvaje que en la penumbra de una selva primitiva dio vida a los niños semillas que alaban a las diosas danzantes del amanecer.

Cómo un súbito despertar en la madrugada de los días, el rugido del antiguo ser, desgranó las nubes más oscuras que dominaron por eónes a los que se creían desdichados. Se cayeron los cielos en estruendos. Tronaban al caer cristales infinitos atravesando la tierra transparente. Silencio, estruendo y silencio.

Danzaron entre gamas de colores arcoiradas los niños semillas, hidratándose en la lluvia de cristales puros. Exhalaban raices blancas por las finas puntas de los dedos de los pies. Entre canciones lucidas las raíces drenaban en la oscura tierra fértil, aferrándose a pequeñas rocas y sutiles porosidades, un entretejido infinito, construyendo el mandala fractal diurno, nocturno, de esperanzas, lunas, soles, aromas, flores, que subyacen la piel de los amantes.

De los labios que semejaban la belleza de la tierra prometida se deslizaron los vientos, dándole forma a las más maravillosas sonrisas que se hayan pintado jamás en los albores de los tiempos. Se estremecieron así los amantes, que al ver tales sonrisas querían morir entre las húmedas comisuras, sucumbir en los limites de los labios delineados de magia antigua, sosteniéndose de las cornizas, cayendo en los laberintos infinitos de la piel roja como el sol derramado de los días nuevos.

Diminutas primaveras de mil sueños, endulzan los días fríos. Un mayo sin tiempo me desvela.

Aûm.


Artista: Moebius