miércoles, 21 de diciembre de 2011



El tiempo pasa, los días corren como ríos en la inmensidad de un universo del cual poco sabemos. Pero al mirarnos las manos, nos recordamos, vemos esos mismos ríos surcando nuestra piel. Estamos acá. Sonriendo, llorando, amando, cantando. Llegamos a la vida, como atraidos por el canto de la Tierra, y somos despojados de ella, en el momento que menos imaginamos, y seguramente el más oportuno. Seguimos dando vuelta en una rueda, que no se detiene. El cielo cambia todo el tiempo, tu  rostro no es el mismo que ayer, tus pensamientos siguen un ritmo, pero cambian como las estaciones, las hojas de los arboles caen, alfombran el suelo del gran a arbol, y luego, se preparan para nacer los pequeños retoños, que serán acariciados por el viento.
Contemplar, escuchar, escucharnos, son el alimento para crecer por dentro. Es la comida que más apetece a los espíritus que buscan el camino de la luz. Sin embargo nadie nos enseña. No hay una escuela para la vida, sino la vida misma, y sus infinitos caminos. Cada mañana el sol brilla rojo en el horizonte, y siempre es un cuadro diferente. Cada instante sucede algo nuevo. Todo el tiempo crecen los árboles infinitos de la conciencia humana, y es ahi donde nos encontramos nosotros. Vagabundos, en la inmensidad de un espacio-tiempo, entre fractales de energía que estamos intentando comprender desde el principio. Y el universo se las ingenia, para hacer caer lo que ya no tiene razón de ser en nuestros días. Y cada vez veo más gente en las plazas del alma. Y no es casual, que cada vez sienta más corazón latiendo. Recordandonos los rostros. Te miro y se que te conozco, desde siempre.