sábado, 31 de diciembre de 2011

agujeronegro


Desde el hueco, caía a la profundidad todo lo que se acercaba, dejando vacío, silencio y una aridez que hardía en la piel como un rasguño.

Como en medio de un paisaje desierto, el hueco era tan grande como la garganta de un gigante, que entre sequedad y hastío, se deboraba los recuerdos mas lejanos, y cada partìcula de luz que asomaba se desavanecía ante tanta profundidad.

Saboreaba el metal amargo que se fundía y caia como hilos de miel negra hacia su interior. Jamás se escuchaba el sonido de los objetos al caer, que escualidos llegaban desintegrados al nucleo de lo que fuera aquel gigante.

Desde lejos parecìa la herida de algún ser, un dios, o quizás, la explosión de una estrella. Un asteroide sumergido en la carne de un planeta fragil como la exitencia.

La infinitud del silencio, semejaba al grito de un cerdo, un humano, desesperado, cayendo desde lo màs alto de la montaña, sin nada a lo que sujetarse.

La perdida total de la fe. La aniquilación de lo que alguna vez sentí mas propio y sin embargo se coagulaba en mi la herida màs antigua de todas, esa sencación de estar escindidos, disociados, alejados del caliz, de nuestro templo, nuestra madre..

Cada vez me alejo más en este viaje sin destino, y a lo lejos veo la herida que se abre como una flor en la noche, esperando que el gran dedo que se posa en la llaga como un ave que llega al nido, remueva la herida.

Hasta que al fin llegue el dia en que el sol salga entre las cáscaras, cicatrices del huevo que aún nadie conocio, como un hijo, un sol nuevo que llega en la mañana. Derramando rojo en los mares, en el cielo, en las casas, las barcas, los hombres, las bestias, todas.