domingo, 13 de junio de 2010

Tubérculo

Debo comenzar a comerme las uñas menos veces al día, a dejar de experimentar la sensación de que la cuerda que me sostiene es un hilo de algodón, y ponerme a pensar más en las raíces que me están creciendo desde los dedos del pie, a las que poca importancia le doy, y en fin gracias a ellas me mantengo. No es fácil pasar de ser un clavel del aire, a desarraigarse del viento, y colgar las alas en el perchero, para convertirse en un tubérculo. Eso de ser tubérculo, medio que me deja dudas. No se si quiero vivir bajo tierra. O tener gránulos extraños alrededor, y encontrarme lleno de nutrientes. En si no quiero ser una papa o un camote. Me enorgullecería más ser al menos una planta de tomate, o un colibrí. Que se yo. Al menos lo pienso y no me sigo engañando con la cómoda idea de creer que soy un extraterrestre, cerrar los ojos un segundo, tantear en el sillón ese extraño aparatejo remoto, y encender la caja que te ama, y te aprisiona, si esa que te come el seso, y peor aún, después de masticarlo y digerirlo te lo devuelve al mismo lugar para que mas tarde puedas seguir cometiendo el mismo acto de encendido. O sin ir tan lejos transformarme en una piedra que sonríe cuando le hablan, pero que no le interesa si el otro es un carozo o una uva, o la cascara de una nuez. Porque para que le voy a prestar atención a esa cosa que parece estar comunicándose, si al fin y al cabo todos hablamos pero nadie nada se dice. Esto de la trágica y ardua tarea de no estar cuando parece que sí, trato de comprenderla, y no lo logro. Desde ya que hablo desde la experiencia, yo soy uno de esos que te mira a los ojos algunas veces y le hablas y le hablas, y no te diste cuenta que tenía el piloto automático del cuerpo encendido y mientras estaba dando vueltas carnero en un colchón, o generando logismos ilógicos, o planteándose cosas de que se yo que cosa.